Por una visión de largo plazo

Avances y retrocesos del comercio exterior argentino en clave de la constante falta de planificación

Los griegos antiguos, a los que les fascinaba el juego del por qué de todo, estarían encantados en la Argentina. Por ejemplo, Heráclito ("el del río", que decía que nadie puede bañarse en el mismo río dos veces, porque su agua fluye permanentemente), vería cómo se confirma su idea sobre el cambio permanente: gobierno que llegó al país en los últimos 15 años, gobierno que cambió todo lo hecho por el anterior, en su afán "fundacional". Casi un "eterno devenir".

Está Parménides también (quien sostenía que el Ser "es" y no puede "no ser", y que el "no ser" no es y no puede "Ser"), vería también con agrado cierta permanencia, inmutable, en la política argentina. Pero por la negativa: la falta de un modelo, de una planificación, de una visión de largo plazo. Este "no ser", o ausencia de política de largo aliento, caracterizó a las administraciones, que volvían a Heráclito: al cambio permanente.

En estos últimos 15 años, el Suplemento de Comercio Exterior jugó al espejo de cualquiera fuera la realidad imperante. Y el archivo, arroja cosas curiosas.

"La Argentina necesita puertos cada vez más eficientes para incrementar las exportaciones y sostener el crecimiento económico en los próximos años". El concepto sigue siendo actual y abría la primera edición de esta sección, el 6 de septiembre de 1994, bajo el título "Costos portuarios". Ese año, se privatizaba el puerto.

La selección de hechos del comercio exterior, de los últimos 15 años, es de por sí caprichosa y excluyente. La Argentina, como señala Enrique Barreira en estas páginas, se subió al péndulo y osciló entre la apertura y el comercio administrado.

Se vio nacer a la Organización Mundial del Comercio (OMC), en 1995, y se asistió al fracaso de Seattle de 1999, y al optimismo de que el libre comercio y el fin de los subsidios de los países centrales propenda por fin al desarrollo y al fin de la pobreza de los países menos adelantados en Doha, en 2001. Y se asiste a la esperanza de que en algún momento la Ronda del Desarrollo culmine.

Se vio cómo el Mercosur se hacía una realidad comercial y multiplicaba las exportaciones argentinas, pero también cómo se estancaba hacia adentro (sin lograr ni la zona de libre comercio ni la unión aduanera) y hacia afuera (en 1999 empezaba el diálogo con la Unión Europea por un acuerdo integral, hoy estancado).

Se asistió al auge de las zonas francas, en 1996, y a su caída, 10 años más tarde, usadas como depósitos para dilatar el pago de tributos, y olvidadas por la falta de apoyo estatal. Nuevos puertos nacían, como el de autos en Zárate, que agregó contenedores en 1998, y su desarrollo se postergaba años después con normas que limitaban la eslora de los buques por el Paraná.

Se notó crecer el puerto de Buenos Aires, con más un millón de TEU hacia 1998. Y comenzó a avizorarse la congestión y a un Uruguay competitivo, que en 1999 ya captaba 7000 TEU que debían venir a Buenos Aires. Diez años después, Exolgan anunciaba inversiones en muelles y grúas, y La Plata comenzaba a seducir, de nuevo, con una terminal de contenedores.

Desde 1995 se sucedieron las crisis (en México, en el sudeste asiático, en Rusia y en Brasil, dando cuenta que la globalización había llegado para quedarse) y marcaron dos hitos que se vislumbraron en el nuevo siglo: la internacionalización de las cadenas productivas de valor, y el surgimiento de China, que desde que ingresa a la OMC en 2001, no paró de acaparar inversiones, inundar al mundo con sus exportaciones y hacerse fuerte en reservas para que, en 2008, con la última gran crisis, pudiera seguir creciendo, ahora con su mercado interno.

Mientras China entraba en la OMC, la Argentina entraba en su gran crisis económica. El financiamiento para el comercio exterior fue una anécdota. En 2002, volvían las retenciones al país. La devaluación creó una masa de pymes ansiosas por capitalizar el nuevo tipo de cambio y, cinco años más tarde, abandonaban los mercados externos porque el mercado interno se había recuperado. Ya en 2004, el banco de inversión Goldman Sachs, en su afán por marcar tendencia, crea la sigla más marketinera del comercio mundial de los últimos años: el BRIC (Brasil, Rusia, India y China), países que serán potencia en 2050.

En 2005, se posterga el anuncio del Master Plan 2030 del puerto de Buenos Aires, que incluía 33 obras e inversiones por US$ 135 millones. Surge la ley de consorcios de exportación, que no pudieron prosperar porque el crédito siguió siendo una anécdota. Comienza a reactivarse la industria naval, y se anuncia, en 2006, el leasing naval que permitiría más de 100 barcazas (y ningún buque) graneleras y tipo tanque, para captar el potencial cerealero y mineralero aguas arriba del Paraná.

La Argentina y Brasil estrenaban, en 2006, el mecanismo de adaptación competitiva (MAC) para regular flujos que amenazaran con daños a las industrias. Brasil ya había despegado. El mundo crecía en 2007, la Argentina lo aprovechó. Acumuló buenos años de crecimiento. En 2008 sobrevino el baño de realidad con la amenaza de recesión en Estados Unidos. El desacople que no fue. La crisis del campo. Las restricciones…

Y el potencial argenti
no, inmaculado, que en quince años podremos contar cómo se hizo realidad.

 

deNeXos – 11/09/09 – MT

Fuente: La Nación – Emiliano Galli